Aún recuerdo cuando estaba leyendo “El
Nombre del Viento” de Patrick Rothfuss; libro de 873 páginas. Sí, aquel
minúsculo libro que pesaba, estorbaba y lastimaba cuando lo llevaba a todos
lados en el transporte público lleno de gente, aquel pequeño que no cabía en mi
mochila y que incomodaba cuando lo ponía en mi regazo para leerlo
tranquilamente.
O qué tal aquellas ediciones en
pasta dura: como los de Harry Potter en inglés. Hermosos libros que con sus
puntas afiladas te picaban todo el tiempo la espalda o el costado. De solo
recordar ese dolor punzante hace que salte la lagrimita de tan bello libro que
yo estaba leyendo en ese momento.
¡Ah! Y no pueden faltar los libros
tipo ladrillo que asustaban a más de uno en el metro y más cuando leías
aquellos del amado Stephen King; libros tipo “Si te acercas puedo asesinarte
con mi arma-libro”. Cuidado con los de Stephen King que dan ideas mortales con
libros mortales.
Sí, ver esos pequeñitos en los
estantes de las librerías esperando a ser cargados, a ser soportados y ahí vas
tú, víctima de aquellas páginas a pagar cantidades pesadas por libros cuyas
letras son imposibles de leer…Oh, cómo recuerdo las primeras ediciones de Juego
de Tronos.
Delicia aquella de abrir un libro, oler sus
páginas y destrozarte la espalda o los hombros. Dulces son las historias que
llenan esas hojas que no caben en cualquier bolsa, batallas inesperadas de
caballeros montados en dragones mientras tú te sietes de la misma manera subido
a un micro con un cofre del tesoro que estorba, que punza, que molesta, que
cansa y que por supuesto que amas.
Salud por aquellos libros que nos mantienen en forma cual si fuéramos cargadores de pesas.
ResponderEliminarSalud por aquellos que no caben en nuestros libreros.
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